CALDO

TLALPEÑO 

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El colectivo Hojarasca situado en Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, ha organizado esta exposición que congrega distintos ingredientes que interactúan y dejan parte de su esencia en un medio que lo fusiona todo, como sucede en la cocción de un caldo.

Nos interesa que nuestra voz resuene no sólo por su potencia propia sino por un lugar de enunciación compartido. Así como en la gastronomía, la actividad creativa no se somete a recetas únicas. Éstas se reinterpretan, mutan. Los ingredientes cambian, así como la sazón y las especias utilizadas; las gavetas de quien cocina son universos en sí mismos.

Nos reunimos aquí en tierra sinaloense en aras de conmemorar la propia entre artistas, como quien invita a una comida en un día de fiesta, como quien prende la estufa en la que reposan las ollas y pone la mesa en el ritual de comunión. Por ello, hemos tendido la invitación a otros creadores y creadoras para que compartan su sazón.

El caldo es fundamento gastronómico, receptáculo de esencias, conector de paladares. Contenido en una olla de barro, metal, peltre o lo que sea, hervidos en conjunto, dispuestos en el orden específico de su preparación, consume los ingredientes y los mezcla todos más allá de la suma de sus partes. En el reino de la metáfora es el espacio primigenio del que surgió la vida. En sus variedades, se puede conocer la cultura de una región; el caldo de piedra en la Chinantla oaxaqueña, en el que conviven mariscos y rocas ardientes en las cuenquitas de al lado del río; o el caldo de mariscos que es amalgama de pescados y otros productos del mar, emblema de toda región costera. Todos ellos, incluyendo el caldo tlalpeño, reflejan el gradiente de elementos posibles. En un acto de mezcla deliberada, en una operación ciertamente alquímica, en esta olla burbujeante se disuelven los símbolos, alimentándose del ímpetu de la colaboración.

- ¿De qué hay? - De chile, mole y de manteca. La variedad no se contrapone a la individualidad; le da un sentido, la ubica en el mapa. Las esculturas, la gráfica, la fotografía, la pintura y la palabra conviven al calor del fogón, impregnándose e impregnando la actividad creativa surgida de las prácticas que suceden en los estudios y espacios de cada artista que participa en esta muestra. Caldo Tlalpeño evoca la posibilidad culinaria de variar para resultar en una exquisitez situada. Los fogones se encienden, se iluminan, los manteles se despliegan como lienzos y las ventanas se abren, esperando que nuestras formas de representar e intervenir el mundo se nutran en el acto de ver y compartir.

Ayamel Fernández