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CAMBIO

DE JUEGO

 

 

   Los códices son los libros del mundo prehispánico. Uno de los libros más antiguos que tenemos en México es el Códice Boturini, también conocido como la “Tira de Peregrinación”, que data del siglo XVI. En él se narra la migración originaria de los Aztecas desde el mítico Aztlán, hasta asentarse en el espacio lacustre del Valle de Anáhuac en el que fundaron Tenochtitlán después de encontrar las señales indicadas por Huitzilopochtli, su dios tutelar. Fue en aquel territorio en el que habrían de convertirse en la gran civilización que conocemos como Mexicas. 

 

     El lugar de origen, Aztlán, se representa como absolutamente blanco, como un papel en la que todavía no se inicia una historia, es el libro vacío donde cabe todo el devenir. En esta exposición, Cambio de Juego, la blanca piedra fundacional que se ha esculpido en forma de pelota contiene por ello también toda la historia, desde el origen petrificado del juego, hasta el retorno de la vida en la señal del cacto redondo que vuelve a nacer de las entrañas de la roca. Para nuestros antepasados precolombinos, el juego de pelota tenía en la delimitación de la cancha y las reglas del juego los límites humanos, pero en el espacio aéreo y el movimiento de la pelota, la participación de lo humano en lo sagrado para que el sol continuara en su fértil tarea de repartir la vida a través de su luz. Las metáforas de fertilidad encarnadas en las pelotas sembradas de Rodrigo Ímaz señalan que las esferas cósmicas, desde el sol, los demás astros y satélites, así como nuestro propio planeta, deben de ser fertilizadas en el juego humano para que nuestra naturaleza limitada sea participe del juego trascendental.

 

     Estas pelotas nos invitan a cambiar el juego, reciclar nuestras ideas y replantear nuestros vínculos con la naturaleza. Si es necesario, hay que revisar todas aquellas maneras de relacionarnos que hemos tenido con el planeta desde que somos humanos para concientizarnos sobre lo peor y lo mejor de esos vínculos, esos intercambios. En esta Casa del Libro se nos exhorta al mismo tiempo a revisar desde los libros milenarios hasta el saber acumulado por todas las generaciones para revertir la crisis que hemos construido en el extravío de los valores supremos que deben guiar a las sociedades. El bien común contenido en las plantas que son oxigeno compartido, alimento, sanación, pigmento para el arte, materia prima de objetos artesanales, expresión sagrada en las ofrendas y ritos que hacemos los mortales, las plantas en su diversidad, en el jardín que nos fue otorgado sobre la pelota planetaria, debe ser restaurado por todos. 

 

    El mito de Huémac, último gobernante Tolteca, narra que tras encontrarse con los tlaloques apuesta con ellos una partida del juego de pelota sagrado. Huémac gana y pide como premio cuentas de jade y turquesa así como suntuosas plumas de quetzal los bienes más cotizados, y en su lugar recibe de los tlaloques las elegantes hojas y la caña del maíz los frutos de la milpa: elotes, calabazas, frijoles, tomates, chiles… Huémac enfurece al recibir de los duendes de Tláloc este obsequio de la milpa sagrada y exige sus riquezas, los tlaloques tratan de hacerle ver que está recibiendo la riqueza suprema pero ante su necedad le dan los bienes materiales y lujos que exigía. Es así como inicia una sequía que acaba con el imperio Tolteca y Huémac se ve precisado a migrar con una parte de su pueblo en busca de un lugar fértil. Llega hasta la Cueva de Cincalco en Chapultepec, casa del maíz divinizado, en cuyas entrañas fluyen los más ricos manantiales dentro del Cerro de Chapultepec. Los tlaloques le dan la bienvenida al espacio de la milpa divina y entonces Huémac se suicida arrojándose al nudo de agua. En esta historia, se cifra una lección: no hay gobierno, imperio o sociedad que perviva si no mantiene los equilibrios con la naturaleza y si no es su prioridad repartir las plantas sagradas para alimentar al conjunto humano que lo constituye. Cualquier otra idea está condenada al fracaso por su falta de sustentabilidad. Las pelotas de esta intervención plantean la reescritura de nuestro vínculo con la naturaleza. 

 

                                                                                                     

Fernando Gálvez de Aguinaga

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