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Grietas y retoños

   Asentados frente lo que algún día fue cancha para el ritual del juego de pelota, en los pasillos del Centro Cultural de España en México, una serie de balones desinflados convertidos en macetas toman el sol. Su juego ya no es el de ser pateados y rodar. Ahora son cuna de una vida que brota y se alimenta en su cuenco. Los balones contienen tierra donde antes se llenaban de aire, abriendo paso a la noción de que lo que se rompe puede posibilitar la continuidad de la vida; la continuidad implica siempre rupturas. Algo muere y se vuelve el pretexto para que algo nuevo nazca.

 

   Los balones que se arruinaron y terminaron con el juego y las ruinas de las canchas del juego de pelota son tratados por el artista con el mismo gesto. Dicho tratamiento parte de tener la creatividad para encontrar lo que de allí puede brotar a nuestro favor, ya sea contemplar un retoño que crece o un torneo de futbol que restaura el ritual y termina apuntando hacia las posibilidades contenidas en lo roto, en lo olvidado. La instalación propone jugar a que las reglas pueden ser reinventadas. Junto a los balones —y su recuerdo de que hay siempre oportunidad para reinventar lo que aparentemente ya no sirve— se traza el campo de un juego de pelota sobre otro juego de pelota enterrado bajo la calle. Aunque no podemos regresarlo a su estado original, podemos intentar formular de nuevo su traza y evocarla para hacer nacer algo nuevo.

 

   Con esto se hace evidente tanto la oportunidad que implica la ruptura, como lo que puede implicar resanarla. Por más que este sistema esté convencido de que lo novedoso es lo necesario, también hay novedad en el cuidado y el reuso, cuando permitimos que reaparezca lo que aparentemente dejó de ser. Esta exposición nos recuerda —desde la denuncia a una forma consumista de hacer la vida y sus orígenes coloniales— que lo que se desecha se queda allí, que sigue siendo espacio para cuidarse. También brotan retoños donde nadie voltea a ver, de las grietas del cemento nacen plantas.

 

   En un gesto tierno pero incisivo, frente a la violencia de nuestro mundo y su historia, “Juego de Pelota” es un respiro. Además de poder participar de su propuesta de echar una reta, nombre que se le da a un partido de futbol callejero, los balones nos invitan a darle la vuelta a lo que juzgamos injusto, a lo que se condenó al olvido. Quizás hoy la risa y el juego son espacios donde cabe un grito potente que apunta a denunciar lo terrible y proponer una suerte de alternativa. En un mundo que se toma tan en serio a sí mismo, con una seriedad que considera que lo vivo se reduce a su utilidad, que lo que ya no sirve se debe dejar a un lado, juntarnos a jugar con lo roto y lo enterrado puede ser también un acto que reta.

 

  Saturado de restos de imposiciones, el gesto de la obra de Rodrigo Ímaz se torna vital. No debemos parar de ver más allá del horizonte. No nos pueden despojar del impulso de seguir jugando.

 

 

Emilio Araujo Espinosa

 

ENTREVISTAS

TORNEO DE FUTBOL

La restauración del espacio tiempo  

   La resignificación de un inmueble o espacio físico por medio de las obras de arte es una estrategia común del arte contemporáneo. Hay disciplinas que realizan esto en cada obra, por ejemplo el land art, que al trabajar en el espacio de la naturaleza configuran nuevos sentidos al generar piezas que se insertan en el paisaje. Muchas instalaciones se plantean dialogar con la historia de los inmuebles donde se construyen y exponen. Claro que esto no es exclusivo del arte actual; no sólo los curadores y artistas contemporáneos hemos realizado estos diálogos con el espacio de exposición, ya los pintores y la historia del arte lo habían concientizado desde hace mucho, pues pensemos que no es lo mismo realizar una pintura para el altar de una Iglesia Católica que un mural para un hospital o una escuela pública. La obra artística, por su fuerza expresiva y los modos de ser dispuesta, puede generar una relectura del espacio donde se despliega o exhibe. En Oaxaca, el pintor Rufino Tamayo realizó un gesto cultural muy interesante al elegir un inmueble que había sido una de las sedes de la Inquisición durante la colonia, para hacer ahí su museo de arte prehispánico con la colección que reunió a lo largo de su vida; de ese modo, el edificio desde el que se perseguían las creencias y expresiones artísticas y culturales de los pueblos precolombinos se convirtió en un recinto habitado por las esculturas, relieves y cerámicas que encarnaban los dioses y los objetos ceremoniales de dichas culturas. 

   La instalación de los balones de futbol reciclados en macetas justo frente del espacio donde antes estuvo la cancha de pelota central de la cultura Mexica, hoy debajo de la calle de Guatemala, dando a los edificios de la Catedral Metropolitana y los de la acera de enfrente que incluyen, por supuesto, al Centro Cultural España, abre la obra de Rodrigo Ímaz a un juego de significados muy amplio. Así, las acciones paralelas como la organización de un torneo de futbol rápido llamado “coladeritas” en el espacio callejero de la capital del país, justo sobre la calle donde antes se situó el Juego de Pelota alineado con el Templo Mayor, activa los significantes de restauración de un rito sagrado y cósmico de nuestras culturas precolombinas. Para los Mexicas y el resto de naciones indígenas que practicaban este rito lo que estaba en juego no era una competencia deportiva, sino el sostenimiento de un orden cósmico: se trataba de mantener el movimiento de los astros, en específico del sol, en su eterno ciclo de desaparición y renacimiento que encarna en la sucesión de días y noches. De ahí la importancia en las variantes ceremoniales del juego y podemos imaginar que esta cancha, al estar situada en el cuadrante central del Templo Mayor, configuraba un aparato metafísico que articulaba la ceremonia humana como participante del movimiento y la vida del Universo, un engranaje central en el mantenimiento de los equilibrios universales. Se dice que inclusive Moctezuma II, como autoridad suprema de la gran cultura Mexica, jugó ritualmente en esta cancha, colaborando así en ese engranaje entre hombre y cosmos.

 

  La pelota, con sus significados solares para nuestros antepasados, adquiere en la propuesta contemporánea de Ímaz una connotación similar, al aludir mediante el reciclaje y la metamorfosis de los esféricos en macetas o receptáculos de plantas a la búsqueda de una manera de restaurar la vida de la naturaleza, en un mundo que ha ido destruyendo su hábitat por perder el respeto a la suprema deidad que es natura misma, hasta tenernos en la grave crisis ambiental que se manifiesta día con día. 

   Sin pretender una reconstrucción cultural o religiosa de nuestro pasado prehispánico, la instalación resignifica también lo histórico, al situar encima de las edificaciones de la ciudad colonial erigida por los españoles una obra que articula conceptualmente un mensaje en la actualidad para restaurar el orden natural como en su esencia planteaba el juego de pelota ritual, que se planteó como una fuerza motriz capaz de ofrendar una serie de acciones rituales que permitieran el diario renacimiento solar para restaurar el espacio-tiempo cuando caía en la oscuridad nocturna. La obra de Ímaz nos interpela a todos: ¿cómo vamos a participar de la restauración de nuestro  planeta que nosotros mismos alteramos día a día? Los equilibrios cósmicos están en juego. 

 

 Fernando Gálvez de Aguinaga  

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